jueves, 29 de mayo de 2008

Diario de viajes y poesía


Yo no he nacido para odiar, sin duda;
ni tampoco he nacido para amar,
cuando el amor y el odio han lastimado
mi corazón de una manera igual.


Como la peña oculta por el musgo
de algún arroyo solitario al pie,
inmóvil y olvidada, yo quisiera
ya vivir sin amar ni aborrecer.
Éste es un poema de Rosalía de Castro. El mejor de los estoicos no podría describir tan exactamente el deseo de no sufrir, de no someterse a las pasiones que dominan nuestro espíritu.
No soy la autora de la fotografía. La hizo una amiga a la que amé y a la que odié, con la que me divertí y con la que me disgusté cuando ya no fuimos capaces de entendernos la una a la otra. La fotografía es de mi último viaje con ella, y con otras, por Galicia. Hicimos el último tramo del Camino de Santiago, desde Sarria. Fue muy bonito. Yo estaba mal. Sin comprenderme a mí misma ni capaz de hacerme comprender. Caminar no me ayudó nada a calmarme, pero me desahogó. Recuerdo la niebla al punto de la mañana, justo después de amanecer. Recuerdo los pueblos fantasmales de Lugo, el olor a animales de granja, a estiércol, a campo verde. Lo que más disfruté fue caminar sola por los bosques de eucaliptos de Coruña. Mi paso no era muy rápido, más bien lento, y a veces me quedaba descolgada del grupo, en el absoluto silencio de esos árboles espirituales de tronco estilizado y alto. En esos momentos intentaba escucharme pero no me oía. Sin embargo, sé que el bosque se compadecía de mí.

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