domingo, 24 de febrero de 2008

Diario de lecturas

Hace años despreciaba la lectura de Ana María Matute. Pero volví a leerla: Los hijos muertos me impactó. Y luego llegó Olvidado Rey Gudú, espléndida y que me tuvo atrapada durante tres días (es bastante larga). Más tarde aún, Los Abel, cruda y sin compasión.
Como novelista, creo que Ana María Matute es difícil. Los personajes y los ambientes son ambiguos, medio realistas medio oníricos, a veces no sabes muy bien qué te quieren decir (exceptuando Olvidado Rey Gudú). Pero como cuentista es extraordinaria: tierna, sensible, retrata el mundo de la infancia y de los marginados con belleza y magia. En este ámbito es una escritora especialmente talentosa.
De ella leí hace poco esta frase: "El niño no es un proyecto de hombre, sino que el hombre es lo que queda del niño que fue". Da qué pensar, ¿verdad? Lo que también es frustrante, pues, ¿qué niños fuimos y qué queda de ellos? ¿Somos capaces de recordar el niño que fuimos?
No soy de las que idealiza la infancia como un paraíso edénico. Creo, como Matute, que la infancia es un tiempo de mucho sufrimiento. No necesariamente, pero no está libre de él. Y no se entiende que los niños sufran, ni se entiende cómo sufren. Su dolor se minimiza o se exagera, sin término medio y sin atinar. Es una época a veces más difícil de lo que los adultos creen, obsesionados con que la adultez es el verdadero tiempo de la carencia.
Sus relatos reflejan así a los niños. Vale la pena.