lunes, 24 de marzo de 2008

DIARIO DE VIAJES: PEDRAZA


En enero estuve con unos amigos en Pedraza. Lo que más me impactó fue la visita a la cárcel, una torre junto a la única puerta de acceso al pueblo (aún hoy día). Un lugar estremecedor. Los presos llegaban a una habitación sin chimenea donde los dejaban postrados sobre una especie de tarima forrada de paja, con los pies encerrados en unas trabillas de madera que no debían ser nada cómodas. Hay que imaginarse el frío en una ciudad como Pedraza. Las necesidades biológicas las hacían en un agujero que daba a un conducto. Por ahí las deposiciones caían a los sótanos de la torre, donde estaban encerrados los presos a los que daban el mayor de los castigos. Esos sótanos o bodegas, adonde eran arrojados sin miramientos por un agujero, no tenían ningún tipo de ventana por donde entrara la luz. Los presos se morían entre la mierda de sus propios compañeros, seguramente por la inhalación de los gases tóxicos de las deposiciones. A otros presos los tiraban por un hueco diferente al anterior con el fin de que se rompieran algún hueso y murieran en la oscuridad. Los que tenían más suerte pasaban un tiempo hacinados como piojos en unas celdas de madera prodigiosamente herméticas donde no se filtraba tampoco ni un rayo de luz. Los castigos de ese lugar consistían en la falta de luz, lo que me recuerda una espeluznante novela de Tahar Ben Jelloun, Cette aveuglante absence de lumière, en la que se relatan los veinte años que pasan unos militares rebeldes al anterior rey marroquí, encerrados en unos agujeros sin luz y en unas condiciones aberrantes. Lo peor era eso, la falta de luz: ni las cucarachas ni las enfermedades, ni el convivir con tus propios excrementos era tortura equiparable a la ausencia de luz. Impresionante.

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