jueves, 8 de enero de 2009

Viaje a Túnez


Llegamos a las 21.30 al aeropuerto de Túnez-Cartago. En el avión nos dan de comer pollo especiado con arroz, pasas y piñones, almendras, una ensalada de patata con arroz envuelto en hoja de parra. De postre, un pastelillo de almendra, muy rico, muy parecido a la formetjada menorquina o al English pie.

Un autobús nos espera a la llegada para ir al hotel, en Hammammet. Vemos a la salida mujeres cubiertas con velos de colores, un hombre vestido como un bereber, completamente de blanco.

De camino al autobús nos intentan vender unas flores de papel por 2 euros cada una. Se las devolvemos al vendedor, que nos pide "propina europea". Se enfada cuando le doy cincuenta céntimos. Otro hombre nos persigue para llevarnos en su coche al hotel. Nos negamos y nos sentimos un poco acosados. El chico que servicialmente pone el equipaje en el maletero del autobús alarga la mano y pide una propina a espaldas del conductor. Yo hice como que no entendía.

El hotel tiene muy buena pinta. Un chico de unos catorce años, sudoroso dentro del uniforme, nos sube las maletas. Da un gran rodeo para llegar a la habitación. No hay ascensores, aunque tampoco muchas plantas que subir. El chico no parece muy alegre. No pide propina. Le damos dos euros. Pienso en que estamos en un país donde existe la explotación infantil, aunque seguramente no haya conciencia de ello.

Más tarde nos damos cuenta de que las monedas no ayudan, puesto que no pueden cambiarse fácilmente como los billetes. Otro turista nos cuenta que a veces piden a los extranjeros que les cambien las monedas por papel.

Mis primeras impresiones me recordaron a la España de hace cuarenta años. Todo el mundo intenta conseguir dinero bajo cuerda del turismo, y creen que todos los extranjeros son ricos.

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