lunes, 28 de enero de 2008

Diario de lecturas

Las relaciones familiares no son siempre un idilio. A menudo los hijos nos pasamos la vida huyendo de los padres, buscando algo que ellos no nos ofrecen o no sabemos ver que nos dan. A veces volvemos, supongo que siempre volvemos, aceptando lo primero o lo segundo.

No es fácil ser familia. Damos por hecho el cariño, la confianza, el afecto, como si eso no hubiera que cultivarlo como con un amigo o la pareja. No se puede dar nada por hecho sólo porque alguien sea tu familia: no se quiere por obligación, no se respeta por la sangre.

Hace unos meses leí uno de esos muchos libros que compro y cogen polvo en la estantería. Lo adquirí en Barcelona, antes de irme, en el año 1997. Uf, ahora parece muchísimo. Entonces, ni pensaba más allá del año 2000: me parecía increíble contar los años con esos números. Para mí 2001: Una odisea en el espacio seguía siendo una película de ciencia-ficción.

El libro del que hablo es Padres e hijos de Turgueniev. Se disfruta mucho la lectura de esta novela. Trata de un joven peculiar, Basarov, un nihilista, es decir, un descreído de la época, que pensaba que el amor, la religión, la ciencia... ¡todo es mentira! Hasta que se enamora y enferma; entonces su mundo sin fundamentos ni principios se tambalea... No es que empiece a buscarlos como loco, pero su nihilismo soberbio se nihiliza a sí mismo. En fin, la historia de Basarov no acaba demasiado bien.

Pero, ¿por qué esta novela se llama Padres e hijos en vez de El nihilista, que le hubiera ido mejor? Como muchos hemos hecho a conciencia, Basarov se despega de sus padres, que no le entienden, son vulgares, no están a su altura intelectual y le aburren con sus atenciones. Después de años sin verlos, va a su casa despechado por el rechazo de la mujer de la que se ha enamorado; sin embargo, a los cuatro días se marcha avisando de un día para otro. Los padres quedan sumidos en la tristeza. El padre dice: "Nos deja, nos deja, nos deja; se aburría de nosotros. ¡Solo ahora como un dedo!". La madre, una mujer a la sombra de su marido, le contesta: "¿Qué vamos a hacerle, Vasia? El hijo es... una loncha partida. Es un aguilucho: vino volando, y volando se va; pero nosotros, como claveles dobles, seguimos uno al lado del otro y no nos movemos de nuestro sitio. Sólo yo seré siempre para ti la misma, como tú también lo serás para mí."

Qué hermoso y qué triste. La soledad compartida, el hijo que se va lejos, la frustración de no poder retenerlo... Este fragmento justifica todo un título y una lectura que no defrauda.

Esto me hace pensar que los lazos que uno elige por devoción son los más duraderos. Pero no quiero volverme una nihilista de la familia... Al fin y al cabo, la familia es lo que siempre está ahí, la red de solidaridad más potente del mundo. Un espacio de sentimientos ambiguos, sin duda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho: hay mucha verdad en lo que dices.