domingo, 18 de noviembre de 2007

Diario de espectáculos

He ido al teatro. He visto tres montajes: Solomillo, de la compañía Sexpeare; Dollhouse, de los Mabou Mine; y Olvida los tambores, una obra de Ana Diosdado.

Hace tiempo que acudí, por una casualidad, a ver Qué pelo más guay, también de los Sexpeare. Reconozco que reí muchísimo. Era una parodia de las películas de los años setenta tipo Starky y Hutch: pareja de policías, uno blanco y otro negro, historias de duros sin remedio. Estos duros en concreto estaban preocupados por su pelo y daban saltos en el tiempo, cambiaban las historias, las revobinaban o las aceleraban... A mí me pareció muy original. Había otro personaje más: un crítico de cine casposo, que contaba su erudito parecer a un camarero nervioso encerrado en un minibar (en el sentido literal).

Solomillo es la historia de un solomillo. El solomillo es Fele Martínez, que está genial. El afán de este solomillo es encontrar a su amada María Entrecot y encontrar trabajo de solomillo en un restaurante. Un sólo actor haciendo dos personajes surrealistas, un escenario desnudo, en el que se juega con las luces para cambiar de espacios. Y una cerdita que de vez en cuando pedía al público que decidiera cómo debía seguir la obra.

A los Sexpeare les gusta reír, simplemente. La risa gratuita, sin más. Buscan el punto de vista absurdo, en la línea de Mihura o Jardiel Poncela.

Al menos así lo he entendido yo.

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